Buenas noches,
Escribo mi post semanal desde un ferry rumbo a Nápoles. El crucero por el Mediterráneo en el que me he embarcado —nunca mejor dicho— para que mi hijo y su primo conozcan algo de Italia y Francia me servirá para hablar de un tema determinante para la felicidad.
No sé dónde leí que el estado de ánimo de una persona depende de la distancia que haya entre sus sueños y la realidad, pero es bien cierto. Si, por ejemplo, tu mayor aspiración es ser un escritor famoso y, en veinte años, ninguna editorial acepta tus escritos, lo normal es que te deprimas.
Por este motivo, los grandes maestros en el arte de vivir ponen las expectativas cercanas a cero. Esto me lo enseñó el coach Mario Reyes, que me dijo que, si no esperas nada de nadie, cualquier cosa buena que ocurra será una gran fiesta. Con esta filosofía casi logró completar su andadura de Moscú a la capital china, con un euro al día, para el programa de televisión Pequín Express.
En cualquier cosa que hagamos o vivamos, si las expectativas son altas el resultado es frustración y desánimo. Si son muy bajas, en cambio, te encuentras un campo abonado para la alegría.
Antes de subirme a este crucero que para en cinco puertos del Mediterráneo, mi expectativa era que sería un horror. Nunca me han gustado los viajes organizados ni nada que implique ir en grupo. Mi territorio es la aventura y la improvisación, lo inesperado. Por esto mismo, imaginé esta ruta como un Port Aventura sobre el agua, con bufets abarrotados de gente, griterío y gente borracha por todas partes.
Al ser esta mi expectativa, el viaje está resultando mucho más agradable de lo que esperaba, al menos en los dos días y medio que llevamos. El servicio es muy amable —la mayoría son indios o filipinos—, la comida bastante buena y los pasajeros se comportan de manera caballerosa, siguiendo incluso el código de etiqueta de cada día (hoy tocaba ropa blanca).
La única nota negativa, para mí, ha sido la agresividad comercial de una masajista. Tras pagar cuatro veces el precio de este servicio en Barcelona, la actitud de quien me tocó era intolerable. Cuando apretaba tanto que me dolía, se echaba a reír a carcajadas.
Al terminar, nos presionó a mí y a mi pareja para que repitiéramos, esta vez con un tratamiento detox a precio de oro. Quería que reserváramos ya, porque debe de tener comisión. Cuando le dije que nos lo pensaríamos, insistió varias veces y llegó a soltarme:
—Todo tu cuerpo funciona mal. ¡Estás fatal!
Acto seguido, vino a decirme que el masaje detox me salvaría la vida.
Vaffanculo, pensé al liberarme por fin de esta señora, porque este es un barco italiano y buena parte del pasaje también lo es.
Fuera de este despropósito, estamos bien aquí. Hoy hemos desembarcado en Cerdeña. En vez de sumarnos a una excursión, hemos alquilado un coche y nos hemos ido por nuestra cuenta. Hemos descubierto una maravillosa playa de arena blanca, con una islita delante a la que puedes llegar en poco minutos.
Había poca gente y ha sido una delicia estar ahí zanganeando hasta la hora de regresar al barco. Mañana llegaremos a Nápoles y alquilaremos otro coche para explorar a nuestro aire.
En cuanto a la vida en un crucero de 16 pisos con capacidad para 6500 pasajeros y más de 1600 tripulantes, he descubierto que me encanta observar la felicidad ajena. Quizás porque en muchas épocas de mi vida yo me he sentido muy desgraciado.

Cuando paseo por cubierta, o incluso al sumergirme en una piscina tan llena que me recuerda al cómic Sopa de pitufos, mi mirada siempre busca gente feliz. Me encanta observar una pareja friki que se mira enamorada, o una familia donde todos tienen sobrepeso que ríen y celebran juntos. Me gusta que la gente lo pase bien.
Me entran ganas de escribir una novela sobre algunos de ellos, sobre la felicidad de quienes nunca salen en las novelas.
Y hasta aquí mi Monday News, publicada con nocturnidad el martes, ya para miércoles.
¡Un abrazo y gracias por seguir aquí! (En breve prometo contestar los comentarios de mis últimos posts)
Francesc